jueves, 27 de diciembre de 2012

CAPÍTULO NUEVE - Lucha por ser tú


Creo que si tuviera que decidir un día clave en mi vida, sería el viernes siguiente. No parecía un día demasiado especial. Viernes, punto. Había llamado a Adri el día anterior, no había parado de mandarme mensajes diciendo que tenía que enseñarme algo, que quería verme sonreír, que lo necesitaba y demás tonterías que se le iban pasando por la cabeza. Era un encanto de chico, en serio. Y, obviamente yo estaba deseando verle. Así que quedamos en que el viernes fuera a la cafetería y que cuando él saliese me llevaba un rato al teatro viejo. Y así fue.
Entré en la cafetería. En la calle hacía frío, mucho frío, así que fui a pedir un café para pasar el rato. Adri estaba en el mismo puesto que el viernes anterior, tomando nota de lo que la gente pedía. Al verme sonrío.

-    Buenas tardes.

-    Buenas tardes.

-    ¿Qué va a tomar? – Preguntó sin dejar de sonreír.

-    Un café con leche, por favor.

-    ¿Tamaño?

- Pues depende de lo que tenga que esperar… – Me miró, sonriendo aún más.

- Pequeño, entonces. –Dijo al rato.

- Mejor. – Sonreí lo mejor que pude. Fui a pagar, pero me paró.

- A las sonrisas preciosas que me esperan las invito yo. – Dijo guiñándome un ojo mientras sacaba el dinero de su bolsillo y lo metía en la caja.

- Gracias.

- Es lo menos que podía hacer. – Miró su reloj. Hice lo propio con el mío: siete menos cuarto. – Dame quince minutos y estoy contigo, ¿sí?

- Por supuesto.

Recogí mi café al otro lado de la barra y me senté en la misma mesa que la semana anterior. Saqué mi móvil y pensé en hablar con Laura, pero entonces me acordé que en ese momento estaría con Dani. Qué monos eran. Llevaban esos tres días sin separarse el uno del otro, dedicándose sonrisas y miradas por todos lados. Me encantaba verlos así, eran dos de mis mejores amigos de siempre y no podían estar más felices. Además, en cierto modo me recordaban a mí y a Pablo cuando empecemos a salir. Por mucho daño que Pablo me hubiera podido hacer he de reconocer que recordar los buenos ratos que había pasado con él siempre me ha hecho sonreír.

Pensando en Dani, Laura y Pablo me acordé de que hacía mucho que no hablaba con Marco, el gemelo de Dani. Así que le mandé un << Marquito :) >> por WhatsApp. A los pocos segundos me llegó un << Enana ;) >>. No pude evitar reírme. Todavía podía ver a Marco llamándome “Enana” con tan solo cinco añitos recién cumplidos ya que yo todavía no los tenía. Y aunque desde entonces solo me llama así, todavía me hace gracia recordar a ese mico de cinco años diciendo “ENANAAAAA” mientras me sacaba la lengua. << Estás desaparecido, ¿dónde te metes últimamente? >> respondí. << Por ahí, ya sabes, evitándote jajaja >> me dijo. Siempre me vacilaba. << Tú eres tonto jaja>> le contesté. << No, ahora en serio, evitando a mi hermano y a Lau, y como tú vas siempre con ellos… >>. << ¿Y eso de que les evitas? >>. <<Les quiero mucho y todo eso, sí, pero tanto amor ya me puede. >>. << ¡Pero si son súper cucos! Jaja >>. << Tu solo les aguantas en el instituto. Yo comparto habitación con Don Melosidad. No digo más jajaja >>. << Poooobre, con lo feliz que es él jajaja >>. <<Lo sé, créeme… >>. <<Habrá que verte a ti enamorado… >>. << No sería ni la mitad de pegajoso-meloso ;) >>. << Eso dices ahora jajaja>>. Miré el reloj: seis y cincuenta y ocho. Vi a Adri saliendo del mostrador, despidiéndose de alguien. <<Bueno, Marquito, tengo que irme. >>. << ¿Ya? A ver si la que me evitas vas a ser tú… >>. << Jajaja yo nuuuuuunca. Hablamos luego, ¿vale? Te quiero,  loco. >> me despedí.

- ¿Estás ya? – Me preguntó Adri al llegar a la mesa. <<Te quiero, enana ;) >>.

- Sí. – Le sonreí, bloqueé el móvil y me puse el abrigo.

- Pues vamos. – Me tendió la mano, y yo se la cogí.

Salimos a la calle. Ya había oscurecido del todo, y hacía más frío que antes. ¿Era eso posible en quince minutos? A mí me pareció que sí. A lo mejor era el nerviosismo que tenía por estar con Adrián, por mucha tranquilidad que él me transmitiera. Metí la mano que no sujetaba a Adri en el bolsillo de mi abrigo para evitar que se me congelase. Cogí aire, lo solté. Una nubecilla de vaho salió de mi boca.

- ¿Te puedo preguntar una cosa? – Me preguntó al rato, sin soltarme la mano y sin parar de caminar. Le miré, pero sus ojos miraban al suelo.

- Claro. – Bajé la mirada también.

- ¿Qué es lo que más te gusta hacer en el mundo? Lo que no dejarías de hacer por nada ni por nadie. – Cogí aire, lo solté. Otra nubecilla de vaho. Pensé en la pregunta. En realidad nunca había pensado que hubiera algo que me gustase tanto como para no dejar de hacerlo nunca. Me costó encontrar la respuesta, pero no era tan difícil.

- Escribir. – Levantó la cabeza y me miró.

- ¿Escribir?

- Sí, escribir. Supongo que para mí escribir es como para ti la música, es lo que soy, no puedo evitarlo.

- ¿Como para mí la música? ¿Cómo sabes tú lo que significa la música para mí? – Se rio, volvió a mirar al suelo y me acarició la palma de la mano con el pulgar, suavemente.

- Me cantaste el sábado, ¿no te acuerdas?

- Cómo olvidarlo… – Pude ver que sonreía al suelo.

- Pues cuando cantas te brillan los ojos, te olvidas de todo, transmites todo lo que quieres y más, es impresionante. Eres tú, punto. A mí me pasa lo mismo cuando escribo. Es raro, siento como… que tengo…

- Poder suficiente como para controlar lo que quieras, – me cortó – porque sabes que te van a escuchar. Sabes que es la única forma de que te escuchen.

- ¿Ves? Lo mismo que a ti con la música.

- Sí… ¿Y qué escribes?

- No mucho, y nada bueno, la verdad. Pero sobretodo artículos de prensa, supongo.

- ¿Supones? – Se rio.

- Sí, no sé. Es decir, es lo que más me gusta. – Volví a coger aire. Lo solté. Una nubecilla más. – Quiero ser periodista algún día, ¿sabes? – Todavía, a día de hoy, no sé por qué le dije aquello.

- ¿Sí?

- Sí. Me encanta. Sobre todo el periodismo de investigación. Tiene que ser genial.

- Lo conseguirás.

- ¿Qué?

- Lo serás. Alguien con una decisión como la tuya no puede no conseguir lo que se propone, sería injusto.

- Pero la vida no es justa. Nunca lo ha sido y nunca lo será.

- Eso es un poco… dramático, ¿no te parece?

- Es la verdad…

- No creo.

- ¿Y tú qué crees entonces?

- Que todo lo que pasa lo hace por algo. Nada sucede en vano, y cada uno tiene lo que se merece. ­– Me apretó un poco la mano y me miró. – Tú mereces cumplir tus sueños, y lo vas a hacer, créeme. – Volvió a bajar la mirada.

- ¿Y tú? – Conseguí preguntar al rato.

- ¿Yo qué?

- ¿Cuál es tu sueño? Me imagino que aquello que no dejarías de hacer por nada del mundo es la música, pero ¿qué sueñas hacer con ella? – Miró al frente, y esta vez fue él quien soltó una nubecilla de vaho.

- Ser feliz, ¿vale eso? – Me reí.

- Todos queremos ser felices, la diferencia es el cómo. ¿Cómo quieres serlo tú? – Otra nubecilla más.

- Te va a parecer una tontería, pero me encantaría ser cantante, tener una carrera musical, vivir de lo que me gusta de verdad.

- No es una tontería… – Me giré hacia él, pero seguía mirando al suelo.

- Pero sí que es imposible…

- No. – Me paré y le obligué a ello con un tirón de la mano. – Mírame. – Lo hizo. Entonces me di cuenta de que estaba a punto de llorar. – ¿Qué pasa?

- Nada, en serio.

- Adri…

- Es que nunca hablo de esto con nadie que no sean o Pau o Lu…

- ¿Pau? ¿Lu?

- Sí. Paula es mi hermana y Lucía mi mejor amiga. Ahora mismo están en el teatro, te van a caer genial. – Sonrió. – El caso es que se me hace extraño hablar de esto con alguien que no sea alguna de ellas…

- ¿Por qué? Es decir, si quieres contármelo. – Miré sus ojos azules. Estaba conteniendo las lágrimas.

- Claro, está bien saber que puedo confiar en alguien más. – Sonrió. Ay, si es que su sonrisa era adorable. – Solo que me es difícil… A ver… mi padre… – otra nubecilla – mi padre murió cuando Paula y yo teníamos apenas dos años, no tengo ningún recuerdo de él. – Otra nubecilla. – Desde entonces mi madre se ha ocupado de nosotros, ella sola, trabajando todo lo que puede en el negocio familiar: la cafetería. Todo lo que ha dado por nosotros es… increíble. Le debo la vida, ¿sabes? – Iba a llorar. Le solté la mano y le abracé.

- No tienes que hablar de esto, de verdad.

- No, tranquila, está bien. – Me separé de él y metí mis manos en los bolsillos. – El caso es que – continuó – se supone que yo tengo que seguir con la tradición familiar y quedarme con la cafetería. Si le digo que en realidad no quiero hacerlo… no me iba a prohibir nada, pero sería como despreciar todo su trabajo. Además, mi padre era músico. Decirle que dejo todo lo que ella ha hecho por mí para ser músico, la destrozaría, serían demasiados recuerdos. No puedo hacerlo…

- Pero es tu futuro, tu vida. Tienes que luchar por lo que quieres, tienes que ser feliz. Te lo mereces, todo el mundo se lo merece. Tu madre entenderá que lo necesitas.

- No sé… – Bajó la mi rada otra vez

- Escucha, – Le cogí la cara con las manos y le obligué a mirarme. Agh, sus ojos me podían. – lucha por ser tú. Es lo más importante. Además, ¿por qué ibas a estar estudiando en la Academia de Bellas Artes?

- Porque ya hice el bachillerato de ciencias sociales. Lo de la Academia es un favor que le he pedido a cambio de meterme a la carrera de Hostelería cuando termine. Ella ha aceptado porque sabe que me gusta, que es lo mío. Ya te he dicho que no me iba a negar nada… pero yo sé que la desilusionaría. Y por eso solo hablo de esto con Pau y Lu. Son las únicas personas que me conocen lo suficiente para saber qué me pasa y no poder ocultárselo. – Me quedé mirando sus ojos azules mientras me sonreía, hasta que no pude aguantar más y le volví abrazar.

- Gracias. – Le susurré mientras le abrazaba.

- ¿Por qué? – Me preguntó medio riéndose, pero sin soltarme.

- Por contarme esto. – Me separé y le miré. – Por confiar en mí de esta manera, no tenías por qué.

- Es que eres alguien especial. – Miré al suelo sonrojada. – Bueno, se nos va a hacer tarde, ¿volvemos a andar? – Levanté la cabeza y vi que me volvía a tender la mano. Saqué la mía del bolsillo y se la di.

Y empezamos a andar de nuevo. De camino al teatro estuve pensando en todo lo que me había contando y lo bien que llevaba todo. Si mi padre hubiera muerto cuando yo era pequeña… no,  no podía pensar en eso. Adrián era muy fuerte, yo no tanto. Le apreté la mano, sin querer, en un acto reflejo. Me miró y me sonrió con aquella sonrisa que tanto me enamoraba.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

CAPÍTULO OCHO – Todo el mundo merece ser feliz

¿Alguna vez os habéis preguntado cómo, por qué y, sobretodo, cuándo habéis llegado a donde estáis ahora? Probablemente vuestra respuesta sea “sí, claro que sí”. La mía era “constantemente”. Habían pasado muchas cosas en poco tiempo. ¿Podría asimilarlas? Esa era la cuestión: siempre me había costado asimilar las cosas. Probablemente me diera miedo lo desconocido o simplemente no quería cambiar, pero el caso es que me gustaba todo tal y como estaba. ¿Tan difícil es eso de entender? Pero por injusto que sea, el noventa y nueve por ciento de las cosas que pasan no dependen de uno mismo, es algo ajeno a cualquier persona. Sinceramente, el querer cambiar las cosas que han pasado me parece una tontería. Ahora. La verdad, un poco tarde. Antes, por desgracia, no pensaba así. Os aseguro que hubiera vivido un poquito más feliz de haberlo hecho pero, ¿qué se le va a hacer? Lo hecho, hecho está, eso es a lo que me refiero.

Sin embargo, cuando llegué aquel día a mi casa no pude parar de pensar en Pablo. ¿Por qué? ¿De verdad se arrepentía? ¿Puede alguien cambiar tan rápidamente de opinión? Bueno, él ya lo había hecho antes, eso era verdad, pero precisamente eso era lo que no me dejaba fiarme de él. En mi cabeza había dos vocecillas que se peleaban. Una decía: “dale una oportunidad, es tu amigo, siempre lo ha sido”. La otra en cambio proponía: “ya te la ha jugado, Alba, no seas tonta, lo va a volver a hacer”. ¿A cuál de las dos tenía que escuchar? No tenía ni idea. Con dieciséis años una persona no tiene esa capacidad de decisión. De momento, lo único que sabía es que estaba sola. Es decir, sí, tenía a mis amigos, pero ninguno de ellos podía decirme qué estaba bien o qué no, ninguno podía asegurarme que Pablo no me fuese a volver a fallar. De todas formas sabía que por muchas vueltas que le diera, nunca iba a llegar a estar segura de nada. Por eso cogí mis cascos y puse música, a todo volumen, como me gusta a mí.

“Boulevard of broken dreams” – Green day.

Astronaut” – Simple Plan.

“Yesterday” The Beatles.

“My happy ending” – Avril Lavigne.

Parecía que el universo había decidido ponerse en mi contra poniendo en mi modo aleatorio de canciones aquellas más apropiadas para mi situación. Y cuando digo apropiadas quiero decir totalmente inapropiadas, claro está. Paré la música justo cuando Avril Lavigne decía: “It’s nice to know we had it all, thanks for watching as I fall, letting me know we were done…”. Eso ya era demasiado. Me levanté y me fui a la cocina: necesitaba chocolate. ¿Nunca habéis necesitado chocolate? Para mí el chocolate es uno de los mayores placeres de la vida, me hace olvidarme de todo, me relaja, me hace volver a ser yo. Es genial, así de simple.

Hay cosas que no se pueden describir. Una de ellas es el sabor del chocolate, la sensación que te provoca. Intentadlo. Es sencillamente imposible. Pero las cosas buenas son aquellas que no se pueden describir, como el chocolate, tu canción favorita o la sonrisa perfecta. Como la de Adrián. ¿Por qué siempre acabo pensando en él? El caso es que aquella tarde no me dio tiempo a coger el chocolate que necesitaba.

“¿Qué te he hecho, Universo? En serio, ¿por qué yo?” fue lo único que pude pensar cuando llamaron a la puerta. Pero la cara me cambió un poquito cuando vi que el que llamaba era Dani, que venía a hacer el trabajo. ¿Ya eran las seis? El pensar tanto no era bueno. Le abrí la puerta.

- Heeeeeey. – Le dije al verle. Tenía una sonrisa enorme en la cara. Me pegó el abrazo del siglo y me levantó del suelo. – ¿Dani? – Me reí. – Yo también te quiero mucho, pero…  ¿hola? ¿Qué pasa?

- Digamos que… he hablado con Laura. – ¡Mierda! Era verdad, se me había olvidado.

- ¡NO TE CREO! Pasa y me cuentas ya, venga. – Le cogí de la mano y le arrastré dentro. Se rió. Cerré la puerta.

Bueno, tampoco creo que haya mucho que contar, ¿no?

- ¡¿Cómo que no?!

- No sé, a ver… Pues al final conseguí pillarla en la esquina del cine. Me dijo que tenía prisa para hacer no-sé-qué cosa con su hermano, así que le dije que entonces la acompañaba a casa, que tenía que hablar con ella. Me miró extraña pero asintió y dijo que vale.

- Dani, amor, concéntrate, al grano.

Vale, vale, perdona. El caso es que le empecé a decir todo lo que sentía por ella. Pero todo, TODO.

¿Y…?

Y de repente se paró y se puso delante de mí. Me miró a los ojos, estaba a punto de llorar. Y lo siguiente que recuerdo es estar besándola. En serio, ha sido alucinante, pequeña. Luego me dijo que a ella también le llevaba gustando bastante tiempo y que… – Paró de hablar y me miró fijamente – Espera un momento, es tu mejor amiga… ¡Tú lo sabías! ¡Tú sabías todo! – Me reí a más no poder.

Claro que yo lo sabía, tonto. Si no hubiera estado segura de que tú le gustabas, ¿crees que te hubiera apoyado tanto con ella? – Seguí riéndome.

Me lo podrías haber dicho, ¿no? Llevo años con esto dentro de mí, podrías haberme dicho algo.

¿Te hubiera gustado que se lo dijese a ella? – No dijo nada. – Pues eso. Además en estas cosas es mejor que no se metan terceros, aunque ambos me adoréis. – Le sonreí.

Eres odiosa. –Me dijo mientras me daba un abrazo.

Soy odiosamente adorable. – Me reí. – Bueno, creo que tenemos un trabajillo que hacer.

Aghh, cierto.

Y nos pusimos a trabajar. Creo que hay pocas veces en mi vida que me he sentido tan bien: me había dado cuenta de que no importaba lo mal que me fueran las cosas. Dani había luchado mucho por ser feliz, y al final lo había conseguido. Era reconfortante saber que todo merece la pena porque todo el mundo merece ser feliz. Y nos guste o no, hay que luchar por ello. La felicidad hay que ganársela. Y no es fácil, nunca es fácil.

jueves, 1 de noviembre de 2012

CAPÍTULO SIETE – Esos giros son los que te hacen vivir


-    Eh… tú te crees que soy tonta, ¿no?

-    No, no, nada de eso, de verdad…

-    Pero… a ver. – Le corté. – Analicemos la situación. ¿Me estás diciendo que pretendes que después de dejarme sin motivo, mediante un mensaje, con la excusa de ‘no quiero estar atado a nadie’ hace tan solo cuatro días, haciendo que todos me miren, comenten, y me traten como a la mala de la película; vuelva contigo? Y ¡ah! Perdona, me he olvidado de la parte en la que me ignoras por completo dejando a tu mejor amiga de toda la vida tirada.

-    Sí. Es decir, te necesito. Desde que lo dejamos… te dejé – se corrigió –, mi vida ha sido un caos. No he hecho nada más que arrepentirme día y noche, una y otra vez. Aunque Alicia y todos los demás no paraban de repetirme que había hecho lo correcto, yo sabía que no hacía nada más que engañarme a mí mismo. Siempre has estado cuando te he necesitado y no mereces que te lo pague así, sin razón. Y menos de esta forma, porque no quiero…

-    ¿Y “Alicia y todos los demás” saben lo que me estás pidiendo? ¿Saben siquiera que ahora mismo estamos hablando? – Bajó la mirada al suelo, avergonzado. Cómo no. – Lo siento, Pablo. – Había algo dentro de mí que me hacía incapaz de negarle nada. Pero esto no era posible: no iba a permitir que me manejase a su gusto. – Vas a tener que aprender que tampoco puedes venir así y que haga lo que quieras, entiéndelo. Si ni siquiera me has podido defender delante de toda esa gente que… cuchicheaba mentiras… ¿Y todo por qué? Ah, ya. Por tus amigos, a los que no les gusto. Pues muy bien. – Me giré. Pero me cogió del brazo. Suspiré.

-    Espera. Yo no quiero estar mal contigo. Como has dicho antes, eres mi mejor amiga de toda la vida. Eso no lo va a cambiar nadie. Necesito que volvamos, aunque sea a ser amigos, como siempre.

-    Nada va a ser como siempre. Lo sabes… – Me volví a girar, pero mirando al suelo, evitándole.

-    Lo sé. Y me duele mucho que sea por mi culpa, en serio. – Le miré a los ojos. Lo peor de conocer a alguien tanto era saber que en ese momento decía la verdad. No me hizo falta fijarme mucho para verle en la cara que no dormía bien. Sus ojos verdes parecían cansados, y su pelo castaño claro estaba más alborotado de lo normal.

-    Pues ahora afronta las consecuencias. – ¿Estaba siendo muy dura con él? En realidad me daba pena, pero no podía olvidar algo así de repente. – Yo estoy dispuesta a hacer que nada de esto ha pasado, pero no a volver a ser como siempre. Una cosa es perdonar y otra es olvidar. Puede que ya no le importe a nadie, pero la confianza hay que ganársela, quieras o no.

-    Entiendo… Gracias de todas formas. Por no tratarme como el imbécil que soy, como merezco. Eres genial. – Y sin decir nada más se acercó y me dio un beso en la mejilla. – Nos vemos mañana. – Me sonrió con una media sonrisa.

-    Claro. – Susurré totalmente paralizada.

Si os soy sincera, en ese momento no sabía qué hacer. Vale, sí, Pablo se había portado fatal conmigo, pero había sido mi amigo siempre. Igual que no podía olvidar lo que me había hecho, no podía olvidar todo lo que había vivido con él: las risas, los juegos, las interminables horas de conversaciones telefónicas por las noches… los besos. Ese beso en la mejilla me había recordado todo, y él lo sabía. ¿Era justo? De ninguna manera. Pero no podía luchar contra ello. Entendedme, aquello era algo que superaba mis fuerzas de comprensión y razonamiento lógico.

Pero para el universo, eso era poco. Por si el lío que me había montado Pablo en la cabeza fuera poco, llegó otra sorpresa que hizo que la peonza en la que se había convertido mi mundo girase mucho más rápido, a una velocidad que nadie hubiese podido parar y mucho más lejos de lo que nadie hubiera podido llegar.

-    ¡Alba! – Dijo una voz detrás de mí. Me giré.

-    Adri… - ¿Por qué a mí? En serio, ¿Era ese el momento? No.  Y, aún así no pude evitar sonreír. - ¿Qué haces aquí?

-    ¡Hola Adri, me alegro de verte!, ¿qué tal?, ¿muy bien?, ¡me alegro! – Dijo imitándome a modo de reproche por no haberle saludado. Me reí.

-    Jo, lo siento. ¿Qué tal? – Se rio.

-    Nada, tranquila. ¿Que qué hago aquí? Mmm buena pregunta… Adivina. – Me guiñó un ojo, sonriendo.

-    ¿Alicia? – Pregunté desconcertada. – Ya se ha ido… - Se rio.

-    No, no es Alicia. Prueba otra vez, anda.

-    No sé…

-    Piensa…

-    ¿Yo? – Le miré a los ojos. ¿Os he dicho ya que sus ojos azules son preciosos?

-    Obviamente. – Contestó con una gran sonrisa. - ¿Qué si no?

-    Ah, no sé… Bueno, pues ya me has encontrado.

-    Y me alegro.

-    ¿Querías algo en especial?

-    No mucho. Solo saber cómo estabas.

-    Pueeeeeees, bien… Pero podrías haberme llamado y ahorrarte el viaje.

-    Y si lo hubiera hecho podrías haber conseguido mentirme. ¿Qué pasa?

-    Nada que no sepas…

-    ¿Segura? – Respiré hondo.

-    Pablo. – Contesté lo más tranquilamente que pude.

-    ¿Qué ha hecho? – Se puso muy serio de repente. Agh, que amor de chico, de verdad.

-    Quiere que volvamos y… es que todo esto ha pasado tan rápido que no sé qué hacer…

-    Ese chico es medio tonto…

-    ¿Medio tonto?

-    Sí. A ver, fue tonto entero por dejarte y ha recuperado la mitad al querer volver contigo. – Me reí. – Pero sigue siendo medio tonto, ¿eh?

-    Ya…

-    No vas a volver con él, ¿no? –Me cortó. Estaba mirándome a los ojos sin pestañear, fijamente. Bajé la mirada.

-    No. – Respondí firmemente. – Pero siempre ha sido mi mejor amigo, tampoco puedo ignorar eso…  No sé, todo es muy… raro y lioso…

-    Supongo… Pero creo que sé cómo animarte. ¿Te vienes al teatro conmigo un rato?

-    Jo, me encantaría…

-    Peeeeeero…- Me cortó, sabiendo lo que iba a decir.

-    He quedado para hacer un trabajo, lo siento, de veras.

-    No pasa nada, tranquila. Otro día entonces, ¿no?

-    Por supuesto. Estos días estoy muy liada y no puedo, pero si me llamas el viernes te hago un hueco. – Le sonreí lo mejor que pude.

-    Hala, ¿ahora hay que pedir hora para pasar un rato contigo? – Sonrió al ver mi cara de “no he querido decir eso”. Nos reímos.

-    Calla, tonto. Bueno, se me hace tarde…

-    Claro, hablamos cuando la señorita pueda.

-    Obviamente. – Sonreímos. Y esta vez fui yo la que me acerqué a darle un beso en la mejilla.

-    Sonríe. – Me susurró.

-    Adiós. – Y me fui con una sonrisa: porque aunque tu mundo gire muy rápido y lejos de ti, hay un momento en el que de repente entiendes que esos giros son los que te hacen vivir.

sábado, 27 de octubre de 2012

CAPÍTULO SEIS - Una peonza que no sabes parar


¿Sabéis esos días en los que estás tan feliz que nadie puede hacer nada para evitarlo? El martes parecía ser uno de ellos. Hablar con Adrián la noche anterior me hizo darme cuenta de que nada importa lo suficiente como para preocuparse demasiado. Me explico. Adri me había demostrado que nadie a quien le importase un poco iba a cambiar por nada que dijeran.  Me había ayudado a ver la parte buena de todo esto. Ahora sabía quiénes eran mis amigos de verdad, los que iban a estar allí pasase lo que pasase. Ya sabía en quién confiar. Y en quién no. Pablo, por ejemplo. No es que hubiese hecho nada malo, nadie le puede obligar a estar conmigo. Pero podría haber desmentido todo lo que se decía. Podría haber seguido siendo mi amigo. Pero su orgullo le impedía hacerlo. Igual que le impedía meterse conmigo o hacerme daño de una forma directa. Era, de alguna manera, imparcial. Aunque en realidad había sido la causa de todo. Pero aunque perder a mi mejor amigo de toda la vida era lo que más me dolió de todo, lo asumí como una forma de ver la verdad. Ahora sabía que Laura, Dani y Marco eran mis amigos, mis verdaderos amigos. Los que iban a estar siempre conmigo. Les debo la vida, si os soy sincera. Y os juro, que aprendí más de aquella mala experiencia que de todo lo que había vivido anteriormente. Así que llegué el martes a clase haciendo caso omiso a todas las miradas, susurros, gestos y demás, decidida a ser alguien diferente. Alguien a quien no le importen las tonterías. Pero eso es difícil cuando las tonterías no hacen más que molestarte.

-    Te llamó, ¿verdad? – Me preguntó Alicia nada más sentarme en mi sitio.

-    ¿Sabes qué? Que no te importa.

-    Ah, no. Te equivocas. Me importa, me importa mucho. No voy a permitir que hagas lo mismo que con Pablo. – Esto ya era demasiado.

-    Espera, creo que me he perdido… ¿Qué se supone que he hecho con Pablo? Porque lo sabe todo el mundo menos yo, parece ser.

-    ¿Qué qué has hecho con él? No te lo voy a explicar ahora, mon amour. Pero deberías saberlo. Piensa un poquito.

-    Pues resulta que me he vuelto tonta de repente. Así que, ilumíneme, alteza.

-    Aghh. Me pones de los nervios. ¿Quieres saber qué has hecho? Desperdiciarle, controlarle, privarle. Sé que le prohibías ir con nosotros. Le diste a elegir. Y eligió bien.

-    Tú eres… Bueno, que no voy a discutir contigo, Alicia. Pero yo creo que Adri es mayorcito para saber a quién llama y a quién no. Cómprate una vida y deja la mía en paz de una vez, ¿quieres?

-    ¿Adri? ¿Le llamas, Adri? Patético… - Y se fue.

Pero como me propuse que no me afectara nada, respiré hondo tres veces y me tranquilicé. El resto del día fue normal, si obviamos las miradas, susurros y comentarios que ignoré lo mejor que pude. Pero el día me traía más sorpresas.

-    ¡Eh! ¿Qué tal pequeña? – Me dijo una voz detrás de mí al salir de clase. La reconocí al instante y me giré con una sonrisa.

-    ¡Dani! No te he visto en todo el día y mira que vas a mi clase, listo. Bueno, a Marco tampoco… ¿dónde estabais?

-    Ehmmm… con…

-    Pablo, ¿verdad? – Le corté.

-    Sí…

-    Tranquilo, no puedo prohibiros que le veáis. Sigue siendo vuestro amigo, es normal.

-    Pero lo que te ha hecho está muy mal. No te mereces esto, pequeña. – Vale, tengo que decir que a Dani y Marco les gusta recordarme que soy un día más pequeña que ellos. Y por eso Dani me llama siempre “pequeña” y Marco “enana”. – Hemos hablado con él pero no hace nada más que darnos la razón y negarse a venir a hablar contigo. No hay quien le entienda.

-    ¿Me crees si te digo que yo sí le entiendo?

-    Sí. Eres la única que le entiende, pero eso no es nada nuevo. – Nos reímos. – Eh, una cosa, ¿has visto a Laura?

-    Sí, se ha ido ya, tenía prisa, ¿por?

-    Ya sabes. – Me guiñó un ojo. Sí, sabía. Pero no me lo creía. Dani llevaba colgado por Laura dese… ¿siempre? Pero nunca se había decidido a hacer nada…

-    ¿En serio?

-    No. – Nos reímos. – Es broma, pero para eso tengo que alcanzarla ya. Te veo luego para hacer el trabajo, ¿no?

-    Claro. A las seis en mi casa y me cuentas, ¿eh? – Se fue corriendo. Qué mono. – ¡Suerte! – Le grité mientras corría. Y llegó la sorpresa.

-    Alba, ¿podemos hablar un minuto? – Mi giré y le miré, sin disimular mi sorpresa. – Por favor.

-    ¿Qué quieres, Pablo? – Pronuncié su nombre con la mayor indiferencia que pude simular en aquel momento.

-     Volver. – Nada de lo que hubiese dicho hubiese cambiado mi día feliz. Excepto eso. Porque, aunque Sol siempre acaba saliendo, hay veces que llega un tornado que te descoloca todo. Y tu mundo empieza a girar muy rápido, como una peonza que no sabes parar.