sábado, 27 de octubre de 2012

CAPÍTULO SEIS - Una peonza que no sabes parar


¿Sabéis esos días en los que estás tan feliz que nadie puede hacer nada para evitarlo? El martes parecía ser uno de ellos. Hablar con Adrián la noche anterior me hizo darme cuenta de que nada importa lo suficiente como para preocuparse demasiado. Me explico. Adri me había demostrado que nadie a quien le importase un poco iba a cambiar por nada que dijeran.  Me había ayudado a ver la parte buena de todo esto. Ahora sabía quiénes eran mis amigos de verdad, los que iban a estar allí pasase lo que pasase. Ya sabía en quién confiar. Y en quién no. Pablo, por ejemplo. No es que hubiese hecho nada malo, nadie le puede obligar a estar conmigo. Pero podría haber desmentido todo lo que se decía. Podría haber seguido siendo mi amigo. Pero su orgullo le impedía hacerlo. Igual que le impedía meterse conmigo o hacerme daño de una forma directa. Era, de alguna manera, imparcial. Aunque en realidad había sido la causa de todo. Pero aunque perder a mi mejor amigo de toda la vida era lo que más me dolió de todo, lo asumí como una forma de ver la verdad. Ahora sabía que Laura, Dani y Marco eran mis amigos, mis verdaderos amigos. Los que iban a estar siempre conmigo. Les debo la vida, si os soy sincera. Y os juro, que aprendí más de aquella mala experiencia que de todo lo que había vivido anteriormente. Así que llegué el martes a clase haciendo caso omiso a todas las miradas, susurros, gestos y demás, decidida a ser alguien diferente. Alguien a quien no le importen las tonterías. Pero eso es difícil cuando las tonterías no hacen más que molestarte.

-    Te llamó, ¿verdad? – Me preguntó Alicia nada más sentarme en mi sitio.

-    ¿Sabes qué? Que no te importa.

-    Ah, no. Te equivocas. Me importa, me importa mucho. No voy a permitir que hagas lo mismo que con Pablo. – Esto ya era demasiado.

-    Espera, creo que me he perdido… ¿Qué se supone que he hecho con Pablo? Porque lo sabe todo el mundo menos yo, parece ser.

-    ¿Qué qué has hecho con él? No te lo voy a explicar ahora, mon amour. Pero deberías saberlo. Piensa un poquito.

-    Pues resulta que me he vuelto tonta de repente. Así que, ilumíneme, alteza.

-    Aghh. Me pones de los nervios. ¿Quieres saber qué has hecho? Desperdiciarle, controlarle, privarle. Sé que le prohibías ir con nosotros. Le diste a elegir. Y eligió bien.

-    Tú eres… Bueno, que no voy a discutir contigo, Alicia. Pero yo creo que Adri es mayorcito para saber a quién llama y a quién no. Cómprate una vida y deja la mía en paz de una vez, ¿quieres?

-    ¿Adri? ¿Le llamas, Adri? Patético… - Y se fue.

Pero como me propuse que no me afectara nada, respiré hondo tres veces y me tranquilicé. El resto del día fue normal, si obviamos las miradas, susurros y comentarios que ignoré lo mejor que pude. Pero el día me traía más sorpresas.

-    ¡Eh! ¿Qué tal pequeña? – Me dijo una voz detrás de mí al salir de clase. La reconocí al instante y me giré con una sonrisa.

-    ¡Dani! No te he visto en todo el día y mira que vas a mi clase, listo. Bueno, a Marco tampoco… ¿dónde estabais?

-    Ehmmm… con…

-    Pablo, ¿verdad? – Le corté.

-    Sí…

-    Tranquilo, no puedo prohibiros que le veáis. Sigue siendo vuestro amigo, es normal.

-    Pero lo que te ha hecho está muy mal. No te mereces esto, pequeña. – Vale, tengo que decir que a Dani y Marco les gusta recordarme que soy un día más pequeña que ellos. Y por eso Dani me llama siempre “pequeña” y Marco “enana”. – Hemos hablado con él pero no hace nada más que darnos la razón y negarse a venir a hablar contigo. No hay quien le entienda.

-    ¿Me crees si te digo que yo sí le entiendo?

-    Sí. Eres la única que le entiende, pero eso no es nada nuevo. – Nos reímos. – Eh, una cosa, ¿has visto a Laura?

-    Sí, se ha ido ya, tenía prisa, ¿por?

-    Ya sabes. – Me guiñó un ojo. Sí, sabía. Pero no me lo creía. Dani llevaba colgado por Laura dese… ¿siempre? Pero nunca se había decidido a hacer nada…

-    ¿En serio?

-    No. – Nos reímos. – Es broma, pero para eso tengo que alcanzarla ya. Te veo luego para hacer el trabajo, ¿no?

-    Claro. A las seis en mi casa y me cuentas, ¿eh? – Se fue corriendo. Qué mono. – ¡Suerte! – Le grité mientras corría. Y llegó la sorpresa.

-    Alba, ¿podemos hablar un minuto? – Mi giré y le miré, sin disimular mi sorpresa. – Por favor.

-    ¿Qué quieres, Pablo? – Pronuncié su nombre con la mayor indiferencia que pude simular en aquel momento.

-     Volver. – Nada de lo que hubiese dicho hubiese cambiado mi día feliz. Excepto eso. Porque, aunque Sol siempre acaba saliendo, hay veces que llega un tornado que te descoloca todo. Y tu mundo empieza a girar muy rápido, como una peonza que no sabes parar.

viernes, 12 de octubre de 2012

CAPÍTULO CINCO - El Sol siempre acaba saliendo


-    Hola, Ali. – La saludó Adri con una sonrisa cuando ella llegó a nosotros. La verdad, me dolió un poco que a ella también le dedicase esa sonrisa que tanto me gustaba, pero no podía hacer nada si eran amigos…

-    Hola. – Contestó ella si un ápice de felicidad en la cara. - ¿Qué pasa, qué haces aquí? – A mí me dio la sensación que ese ‘¿Qué haces aquí?’ iba más por el hecho de estar conmigo que por estar en el instituto.

-    Tu madre no puede venir hoy y te llevamos a casa.

-    Ah… vale.

-    Oye, conoces a Alba, ¿no? – Dijo Adri metiéndome en la conversación.

-    Sí, claro, más o menos. De clase y eso, ya sabes… Pero la pregunta sería de qué la conoces tú, digo yo. – Respondió Alicia.

-    De la cafetería…

-    ¿Trabajas ahí? – Esto me lo dijo interrumpiéndole, girándose hacia mí y mirándome por encima del hombro, como solía hacer.

-    No… entré porque… estaba lloviendo… no tenía paraguas… y eso. – Dije sin mirarla ni una sola vez a los ojos.

-    Ah. – Dejó de mirarme y se giró hacia Adri.- Bueno, vámonos, ¿no? Que tu madre se va a preocupar.

-    Eh, sí. – Se acercó a mí. – Bueno, hasta otra. Ya que sé que vienes aquí te podré ver más, ¿no?

-    Claro. – Contesté mirando a sus ojos. Se acercó y me dio un beso en la mejilla.

-    Sonríe. – Me susurró al oído nada más separar sus labios de mi piel. Ese fue el momento en el que me di cuenta de que no había sonreído desde que había visto a Alicia. Y sonreí. No solo porque él me lo hubiese dicho, que ya era razón, sino porque estaba viendo la cara de incredulidad de Alicia, y me gustaba. – Mucho mejor. – Y se fue con su sonrisa.

Una media hora más tarde, estaba en mi casa hablando con Laura por teléfono.  Lo único que había hecho desde que había nombrado a Alicia, era reírse.  A mí no es que me hiciera mucha gracia que la chica que había convencido a mi novio (y mejor amigo desde siempre) para alejarse de mí, fuera la vecina del chico con la sonrisa más bonita del mundo. Y aún menos que fueran amigos. Aunque la sola idea de pensar que a Alicia se sentase la mitad de mal que yo, me hacía sentir un poco mejor. A ver, probablemente el pensar eso me haga mala persona, pero se lo merecía. No es que ella se hubiera portado genial conmigo últimamente.  

-    ¿Alba? ¿Hoooooooooooola? – Había dejado de escuchar a Laura mientras pensaba en todo eso. Pobrecita.

-    Sí, perdona. Sigue.

-    Que aparte de lo de Alicia, qué tal con Adri. Oye, tienes que escucharme más… – Me reí.

-    Lo siento, Lau. Es que estoy pensando en muchas cosas, ya sabes… Bueno, pues bien. Pero a saber que le dice Alicia… Si ha conseguido poner a Pablo, que me conoce desde siempre, en mi contra, con él no le va a resultar mucho más difícil…

-    No te creas. Adrián no tiene pinta de dejarse manejar, y menos por ella.

-    Y Pablo tampoco lo parecía, ¿no?

-    No… Pero bueno, tranquila. Si cambia por culpa de Alicia, como Pablo, no merece la pena, como Pablo. Ya lo sabes.

-    Pero yo quiero que él valga la pena. No quiero que me vuelvan a desilusionar Laura. Otra vez no.

-    Pues entonces la valdrá, ya verás. Ese chico es demasiado listo como para dejarse engañar, ¿vale? Tú tranquila, que no has hecho nada malo

-    Gracias. Bueno, te tengo que dejar, te veo mañana.

-    De nada, hasta mañana.

-    Te quiero.

-    Y yo, tonta.

Y me puse a estudiar. Pero no pude. Aquel lunes era uno de esos días en los que por mucho que lo intentara, no podía concentrarme. Ni concentrarme, ni sentarme tranquila, ni sonreír. ¿Y por qué? Por culpa de una sola persona. Y, aunque os parezca raro, no era Adri, que también tenía parte de culpa. Era Alicia. Una persona. Si se lo proponía, podría hacerme la vida imposible. ¿Por qué? Porque podía y quería. Siempre me he preguntado por qué las personas que quieren hacer daño al resto son las que pueden y no al revés. Probablemente sea que el poder hacer daño te haga querer hacerlo. Pero eso no te quita culpa. Sigues haciéndolo, y en el fondo eres tú quién lo decide, al fin de cuentas. Y así me pasé el resto de la tarde: pensando en lo mala persona que era Alicia por hacerme eso sin siquiera saber si había hablado mal de mí a Adri. ¿Eso no me convierte en mala persona también? Bueno, al menos yo no arruinaba vidas ajenas…  En fin, aunque los lunes no son nunca gran cosa, el mío fue un lunes  horrible.

Pero todo puede mejorar. Por muy nublado que esté el día el Sol siempre acaba saliendo, como cuando te hacen sonreír cuando estás llorando. Esta vez mi Sol fue una llamada de un número desconocido, cerca de las diez de la noche.

-    ¿Sí?

-    ¿Alba?

-    Sí…

-    Hola soy Adri.

-    Ehhh… Hola… ¿Cómo has conseguido mi número?

-    Alicia…

-    Ah, claro. ¿Qué pasa?

-    Tengo que preguntarte algo… – Oh mierda.

-    Dime.

-    ¿Estás sonriendo? – Me reí.

-    Ahora sí.

-    Me alegro. Oye… Alicia me ha contado unas cosas y…

-    Ah, ya. Imagino el qué, pero quiero que sepas que…

-    Lo sé. – Me cortó. – Tranquila, conozco muy bien a Ali. En realidad es buena persona… con quien quiere. Y ya vi que no os caíais muy bien. Sé que lo que me ha contado no es verdad. O eso espero….

-    No, probablemente no lo sea…

-    Bien. Pues era eso. Solo quiero que sepas que no voy a cambiar nada por mucho que ella diga. Aunque mañana te diga algo en el instituto o algo, ¿vale?

-    Vale.

-    Vales mucho, créeme. Ni caso.

-    Muchas gracias…

-    De nada, pero es la verdad. – No sé cómo, pero noté que sonreía. – Y ah, Pablo es un completo idiota, mira que dejar a alguien como tú.

-    En realidad no le culpo por eso. – Contesté con total sinceridad.

-    Pues yo sí. – Me reí. – Me encanta hacerte reír.

-    Y a mí que lo hagas. – Se rio. – Ojalá pudiera quedarme hablando contigo un rato más, pero mañana madrugo y tengo que terminar unas cosas…

-    Ah, claro. Pues te dejo que termines.

-    Vale. Gracias. Por llamarme y eso…

-    De nada.

-    Adiós, un beso.

-    Un beso, sonríe. – Y colgó.

domingo, 7 de octubre de 2012

CAPÍTULO CUATRO - Lo especial no siempre es bueno


El permanecer en mi mundo feliz solo podía durar un fin de semana, ya está. Tenía asumido que nada iba a volver a pasar, que todo iba a volver a ser igual. Pero no. Y eso no fue algo bueno. Solo necesitáis saber una cosa. Y es mi historia con Pablo, así que empecemos desde el principio.

Mi ex-novio y yo nos conocemos desde pequeños, hemos sido vecinos y muy amigos desde siempre. Así que cuando empezamos a salir, un año antes de que me dejara, nadie se extrañó de ello. Pero por muy amigos o novios que fuésemos, nunca hemos llegado a ser iguales. Él era el chico que se llevaba bien con todo el mundo, el popular, el deseado por todos. Alto, rubio, ojos de un marrón intenso, de estos que te llegan dentro. Atento, sonriente, encantador. Mientras estuve saliendo con él era un amor, reconozcámoslo. Venía a mi casa todas las tardes a las siete solo para verme y estar conmigo un rato, me ayudaba si necesitaba ayuda, me decía todo lo que necesitaba oír, me animaba, me apoyaba, era el novio perfecto. Hasta que, de repente un día, dejó de serlo. Se empezó a juntar con gente… especial. Y lo especial no siempre es bueno.  No me preguntéis qué dijeron o qué hicieron para cambiar a mi amigo de toda la vida, porque no lo sé y, sinceramente, tampoco quiero saberlo. Lo único que me importa es que el chico perfecto que tenía se convirtió, poco a poco, en alguien de quien llegué a tener miedo.  Miedo de no conocerle, de no saber en qué se había convertido, de dejar de ser mi amigo, mi Pablo. Así que si soy sincera, que me llegara aquel mensaje no me extrañó demasiado. Aunque llorara, no lloré porque me dejara, que también, sino porque aquella fue la señal que me dijo: ‘Lo has perdido, Alba. Para siempre’. Vale, sé que puede sonar un poco melodramático y todo eso, pero es verdad. Una parte pequeñita de mí siempre había pensado que aquello no duraría eternamente, pero que mi amigo Pablo iba a estar conmigo pasase lo que pasase.  Y que, el lunes en el instituto, no me dirigiera ni siquiera una mirada cuando le pidió a Laura que le cambiase el sitio en clase para no sentarse a mi lado, fue la mayor decepción que me he llevado en la vida.

Y, a pesar de todo eso, de todo lo que me había llegado a fallar, de todo lo que me había desilusionado, yo quedé como la mala de la película. ¿Qué por qué? Pues porque él era el popular, el majo, el simpático, el que todos querían. Yo, al contrario, sin Pablo era una donnadie, una chica más, del montón. Alguien a la que no importaba si hacías daño o no, total, ¿qué iba a hacer? Los amigos especiales de Pablo eran los que manejaban el instituto, por decirlo de alguna manera. Eran el tipo de gente al que todos quieren pertenecer. Si te metías con alguno de ellos, el resto del mundo se te echaba encima, se abalanzaban sobre ti. Daba igual quién fueses, cómo fueses o qué parte de razón tuvieses, siempre acababas perdiendo. ¿Que si era justo? De ninguna forma. Pero tampoco podía hacer nada por cambiarlo, ¿no…?

Bueno, el caso es que hacerme la vida imposible se convirtió en la mayor atracción turística del instituto. Nunca me ha importado demasiado lo que los demás piensen de mí, pero convivir en un sitio en el que solo tres personas te respetan, no es agradable. Sí, les debo todo a esas personas: Laura, obviamente, Dani y Marco. A Laura ya la conocéis, mi mejor amiga, la que nunca me ha faltado. De estatura media, pelo castaño claro, ojos verdes, muy inteligente. Pero a Dani y a Marco no. Son mis mejores amigos, sí. Son esos gemelos que jugaban conmigo y con Pablo cuando los cuatro éramos unos mocosos. Aunque seguían siendo muy amigos de… él, nunca me fallaron, siempre estuvieron allí, para sacarme una sonrisa. No mencionarles ahora sería una falta muy grave porque, aunque no son muy relevantes para la historia, son dos de las tres personas que me hicieron creer que podía seguir adelante, aunque se me cayese el mundo encima.

Así que ahí me teníais, un lunes, en clase, recibiendo malas miradas de todos y risas y comentarios de algunos. Pero no podía hacer nada. ¿Se considera eso maltrato, abuso o acoso? No es demostrable. ¿Qué haces, entonces? Aguantarte. Nunca había tenido que luchar contra algo tan  grande de lo que yo tuviera tan poca culpa. ¿Fue mi culpa que mi queridísimo novio decidiera juntarse con otra gente? ¿Qué se volviera un completo idiota? ¿Qué me dejase? Pues se veía que sí.

-    Albs, tranquila. – Me dijo Laura en el recreo. – Sé que ahora no lo verás, pero lo que ellos piensen en realidad importa una mierda.  Todos saben que es una tontería y que no deberían hacer esto, que no les incumbe.

-    Entonces dime tú por qué lo hacen. Por qué no puedo andar tranquilamente por aquí sin que nadie me dirija una sola mirada de asco. Por qué no puedo pasar delante de un grupo de gente sin que todos se callen de repente. Por qué nada es como antes.

-    Porque necesitan meter miedo. Tengo la teoría de que cada x tiempo tienen que hacer ver al resto de los mortales que son claramente superiores y que por eso, de alguna manera, mandan. ¿Cómo hacerlo? Pues como están haciendo contigo. Consiguiendo que un grupo pequeño les siga. Por miedo a que les pase también a ellos, el resto hará lo mismo, aunque piensen diferente. Pero tienes que demostrar que eres fuerte, porque siempre vana por el más débil.

-    ¿De verdad crees que son tan crueles? Me refiero a que, por mucho que me esfuerce, a mí no se me ocurriría una cosa como esa.

-    ¿Sabes qué? A lo mejor no lo hacen a posta de verdad, pero no me extrañaría. Además, sabes que Alicia te tiene unas ganas terribles desde siempre por Pablo. Le gusta desde el primer día que le vio. Lo sabes.

Vale, aquí hay que hacer una aclaración. Alicia, la más especial de los amigos de Pablo. Era, por decirlo de alguna forma, lo más de lo más: guapa, alta, rubia, pelo largo, ojos marrones claros, inteligente, popular. Podía tener a todo aquel que quisiera comiendo de su mano en un abrir y cerrar de ojos. ¿Pero qué le faltaba? A mi chico. ¿Que por qué al mío? Cosas del destino, nunca se sabe. Pero desde que empecé a salir con Pablo no ha dejado de intentar acercarse más y más a él. Primero metiéndolo en su grupo, luego separándolo de mí… Y ahora ridiculizándome. No me entendáis mal. Yo no tenía nada en contra suya, hasta que empezó a hacerme la vida imposible. Entonces ya sí.

Pero bueno, os lo creáis o no,  conseguí salir de aquel espantoso sitio aquel lunes sin sufrir ningún daño físico. Pero no todo acabó ahí. Al salir de aquel infernal lugar llamado instituto, me dirigí directamente a cruzar la calle, a irme a mi casa, corriendo. Pero antes de que pudiera siquiera poner un pie fuera de la valla…

-    ¿Alba? – Me giré para ver quién podía ser. Y ¡oh sorpresa!

-    ¡¿Adri?! – Asintió. Me dirigí hacia él y le abracé. Su abrazo fue lo mejor del día.

-    No sabía que vinieses a este instituto. – Dijo una vez que le solté.

-    Ni yo que tú también, no me sonabas de nada cuando te vi en la cafetería. – Y en ese momento pensé que si Adrián iba  a mí instituto sabría todo lo que se decía de mí por allí… Oh, no.

-    Es que yo no vengo aquí. – Se rio. Suspiré del alivio en aquel momento. – Estudio en la Academia de Bellas Artes.

-    ¡Oh, Dios! ¡Eso tiene que ser genial!

-    La verdad es que sí. – Me sonrió. Sé que puedo parecer muy pesada, pero su sonrisa enamora. Lo prometo.

-    Pero, entonces… ¿qué haces aquí?

-    Vengo a recoger a mi vecina. Su madre no puede venir hoy y le ha pedido a la mía que se pasase por aquí de la que venía de recogerme a mí de la Academia.

-    Ah… ¿Y quién es tu vecina?

-    Probablemente la conozcas. ¡Mira viene por ahí! – Y saludó a alguien detrás de mí.

Me giré para ver quién era la que devolvía el saludo y creo que a las dos se nos puso la misma cara al reconocernos mutuamente. Pero seguro que la cara de espanto quedaba mucho mejor en la de Alicia que en la mía.

jueves, 4 de octubre de 2012

CAPÍTULO TRES - Una canción para recordar


Cuando llegamos al teatro me empecé a poner nerviosa. Vale, puede que os parezca una tontería, pero en ese momento a mí no. Sabéis esa sensación que os digo, ¿no? Es esa en la que de repente empiezas a dudar de todo, miras atrás, quieres volver, no quieres seguir con ello. Pero entonces recuerdas por qué estás ahí. En mi caso era por esa sonrisa, por esa nota. Y seguí adelante.  Nos paramos en frente de la puerta del teatro.  Laura me miro con su cara de “Adelante, yo estoy aquí”, la misma que  me había dado tantas veces fuerza antes y que estaba surgiendo el mismo efecto ahora. La abracé muy fuerte, para darle las gracias por todo, para que supiera que le agradezco que siempre haya estado ahí.

-    Tengo que hacerlo, ¿no? – Miré a mi amiga a los ojos.

-    Venga Albs, que no es para tanto. Ha sido idea suya, no va a pasar nada, tranquila.

-    Vale. Oye, Lau. – Le dije sonriendo. Me miró. – Gracias.

-    De nada, tonta. Y ah, tiene razón, tienes una sonrisa preciosa, no la escondas, ¿vale? – Sonrió a la vez que yo.

Abrimos la puerta del teatro y oímos una leve guitarra, suave pero precisa, sola. Nos quedamos a oscuras, intentando ver algo. El escenario estaba iluminado con una tenue luz azul y había alguien en medio, de espaldas, tocando la guitarra. Nos quedamos ahí mirando, hasta que unos segundos después la puerta se cerró detrás de nosotras, haciendo un estrepitoso ruido que hizo que el guitarrista dejase de tocar y se girase.

-    ¡Eh! Has venido. – Gritó Adri nada más reconocerme. Todavía llevaba la guitarra colgada y, si os soy sincera, si juntamos esa faceta de músico con su sonrisa, tenemos al chico perfecto, creedme. Se acercó a un lado del escenario y encendió las luces.

-    Claro que sí. – Le dije lo más alto que mi voz me permitió en ese momento con una sonrisa en la cara. Laura me dio un codazo disimuladamente mientras bajábamos las escaleras hacia el escenario. Cuando llegamos abajo procedí a las presentaciones. – Bueno, Adri, esta es mi mejor amiga Laura. Laura, Adri…

-    El chico de la cafetería. – Terminó él la frase, aunque, obviamente, no tenía pensado decir eso. Los tres nos reímos. Se acercó a mi amiga y le dio dos besos – Encantado.

-    Igualmente. – Le respondió Laura. – Pero lo siento chicos, yo me tengo que ir, que había quedado con mi hermano que le ayudaba con un trabajo. Adiós. – Y me abrazó muy fuerte antes de irse corriendo escaleras arriba sin dejarme decir nada.

-    Bueeeeeeno… – Dijo él para romper el silencio en el que nos habíamos quedado. - ¿Así que hoy has vuelto a la cafetería? – Me miró a los ojos. ¿Os he dicho ya que sus ojos azules me pueden? Pues os lo digo ahora.

-    ¿Tú qué crees? – Nos reímos los dos. – Claro que he vuelto.

-    Vale, solo por curiosidad. ¿Por qué? – Me quedé callada un momento, no sabía qué decirle.

-    Mmm… Podría decirse que por la misma razón por la que me has dejado esta nota. – La saqué del bolsillo de mi vaquero donde la tenía guardada. –  ¿Te vale?

-    Supongo. – Me volvió a sonreír y juro que me morí y resucité en ese mismo momento.- Oye, ven, que quiero enseñarte algo que espero que te guste. – Me cogió de la mano y me empezó a guiar por el teatro hasta que me dejó sentada en un asiento de la primera fila.

Desde allí pude ver que en el escenario había una batería, un piano y un micrófono a los que no iluminaba la luz. Adrián subió por las escaleras de la izquierda y se colocó, en el escenario, justo en frente de mí.

-    Vale, ahora cierra los ojos. – Los cerré. – Muuuy bien. – Podía oír su voz, más nerviosa de lo que lo había estado hasta ahora. –  Ahora imagina, solo por un momento que esto es todo tu mundo, que solo existes tú. – Asentí. – Vale, dime una canción, la primera que se te venga a la mente. La que más describa este momento. Una canción para recordar.

-    ‘¿No podíamos ser agua?’ de Maldita Nerea. – Contesté después de pensármelo un rato.

-    ¿Por qué?

-    Porque me hace sentir bien, porque habla de no perderse nada, de vivir. –  Me lo pensé mejor. –  Porque es la que me apetece escuchar en este momento.

-    Hecho.

-    ¿Qué…? – Pero me tuve que callar porque abrí los ojos de inmediato. Estaba sentado, con la guitarra cogida. Y empezó a cantar. 

“Estaba claro que no podíamos ser agua,
que lo que sientes no puede verse desde aquí,
unas palabras de aquella forma interpretada,
no tienen vida, no, no tienen donde ir donde ir,

lo has olvidado: 
La vida crece entre los matices
se esconde siempre lo que no dices 

para hacerse de rogar
Un día claro, 

y aquellas cosas que no viviste
vienen hoy para decirte: 

que la fiesta empiece ya.”

Me miró un instante y enseguida se volvió a concentrar en su guitarra.

“Yo empezaría por ser de los primeros, (¡Qué va!)
huyendo siempre de los no sinceros,
ser aquel que solo sabe y recomienda:
hacer locuras sin que nadie entienda.
Y necesitas decir que no a los miedos, verás
puedo enseñarte lo que yo prefiero:
unas gotitas ahí de amor del bueno;
no te preocupes besaré primero.


Volvió a mirarme, esta vez sonriendo. De verdad, ese chico era genial.

“Aunque me canse,
y vengan miles de días grises
o mis palabras quieran rendirse
ante la lluvia en el cristal;
me suena grande,
los imposibles también existen,
son los que hoy me hacen decirte:
que la fiesta empiece ya.
Pero a ver: que no, que no, que yo te quiero,
te cambio un sí por ese ya no puedo,
demasiadas canciones que ya no llegan...
suenan palabras que jamás las llenan.”

Mientras se marcaba el solo de guitarra de esta parte, me fijé en lo poco que sabía de él, y lo mucho que me estaba enseñando. Para él, la música debía ser su vía de escape, su yo más… profundo. Era la forma de decirme cómo era realmente, cómo quería llegar a ser, todo a lo que aspiraba. Siempre le he admirado por eso, yo nunca he tenido la valentía de expresarme así delante de nadie.

“¡Lo has olvidado!:
la vida crece entre los matices,
se esconde siempre lo que no dices
para hacerse de rogar.
Un día claro,
y aquellas cosas que no viviste,
vuelven hoy para decirte:
quédate un ratito más.”

Me volvió a mirar otro instante más. Siempre he pensado que, mientras canta, comunica tanto o más con la mirada que con la letra de las canciones en sí.

Pero a ver: que no, que no, que yo te quiero,
 te cambio un sí por ese ya no puedo;
 unas gotitas ahí de amor, de amor del bueno
no te preocupes, besare primero.
Aunque me canse
 y vengan miles de días grises
o mis palabras quieran rendirse
ante la lluvia en el cristal.
Me suena grande,
los imposibles también existen,
son los que hoy me hacen decirte:
que la fiesta empiece ya....”.

lunes, 1 de octubre de 2012

CAPÍTULO DOS - Alguien especial


Laura se estaba poniendo bastante pesada con el tema “cafetería”. Sí, lo habíamos llamado así, somos bastante poco originales, lo sé. Pero bueno, el nombre no es importante, el caso es que estaba empeñada en que tenía que volver allí. ¿Que por qué? Porque según sus paranoias adolescentes el chico de la sonrisa, Adrián, se había enamorado loca y perdidamente de mí.

-    A ver, Laura, amor, ¿cómo quieres que te lo explique? Solo fue encantadoramente amable. Sí, no muchos hubieran hecho lo mismo que él, pero lo hizo. Me vio llorar, supo por qué lo hacía e intentó animarme. No está loco por mí, ni enamorado de mí, ni va a soñar conmigo por las noches.

-    Sí, lo que tú digas, cielo. Pero sabes que en esto llevo razón. – La miré con mi mirada de “Cállate. Ya.” Pero no se calló. – Y si no me crees, ¿qué problema hay en volver esta tarde? Si total, solo fue “encantadoramente amable” no tendrá ningún problema en volver a verte, ¿no?

-    No creo, pero de todas formas tampoco hay ninguna razón para ir. Piénsalo, no voy allí nunca y, de repente, dos días seguidos. Sería muy raro.

-    Puede, oooooooo – exageró de una manera muy rara ese “o” – quizás piense que querías volver a verle.

-    Ah, claro, eso es súper normal, ¿no?

-    ¡Pues sí! ¿Qué hay de malo en querer mantener vuestra amistad? Si fue tan “encantadoramente amable” seguro que tenerlo de amigo no está tan mal.

-    ¿Que qué hay de malo? ¡¿Hola?! ¡Va a pensar que soy una acosadora!

-    Ah, claro. Luego la paranoica soy yo. – Se rio. – Anda venga, Alba, por faaaaaaaaaa, vamos a esa cafetería esta tarde. Sí, y además, lo que te dijo sobre que la próxima vez que volvieses por ahí fuera con una sonrisa, era una clara indirecta.

-    Ay, no sé que voy a hacer contigo. Iremos a esa cafetería si de verdad quieres, pero solo para demostrarte que te equivocas y me dejes en paz de una vez.

-    Bueno, sabes que en realidad te estás muriendo por ir, pero guay. – Sonrió con su sonrisa de “¡Toma, he ganado!” y me abrazó. Le devolví el abrazo y salimos de mi casa rumbo a la cafetería.

Pero cuando llegamos, él no estaba allí. Sí, he de reconocer que me dolió un poco no verle en la cafetería aquella tarde. Vale, sé que ya le había dicho a Laura que no me gustaba y todo eso, pero había algo en él que  me había hecho darme cuenta de las cosas que importan. Es decir, anoche, me había animado solo con tres palabras escritas en una nota de papel. Aunque no hubiese sido tan extremadamente guapo como lo era, me hubiera decepcionado igual el no verle entonces. Una pequeña parte de mí, hubiera querido verle sonreír detrás del mostrador esa tarde. Quería que viese que gracias a él lo de Pablo se había pasado. Que gracias a él podía volver a ser yo.

      ¿Y bien? – Me preguntó Laura. – ¿Quién es?

      No está. – Dije intentando que la decepción no se notase. Pero se notó, aunque Laura prefirió no hablar de ello.

      Bueno, otro día será. Pero pidamos un café, tengo un frío horrible.

La verdad es que hacía bastante frío, así que fuimos al mostrador y pedimos los cafés.

-    ¿Nombres? – Nos preguntó la chica que estaba atendiendo.

-    Laura.

-    Yo Alba.

-    Laauuuraa… Y Aaalbaa. Vale chicas, en unos minutos están.

-    Gracias. – Contestamos al unísono.

-    Oye… Alba, ¿no?

-    ¿Sí?

-    Tú estuviste ayer aquí por la tarde, ¿verdad? – Me preguntó la chica.

-    Sí… ¿Por qué?

-    Ah, por nada. Me sonaba tu cara. – Nos reímos las dos.

-    Vale, gracias otra vez.

Y esperamos a los cafés. Y, aunque os parezca un poco increíble, el mío volvía a venir con un papel pegado. Vale, sí. Eso me sacó una sonrisa. Además, este papel era claramente más grande que el anterior.

-    ¡Vamos, ¿a qué esperas?! – Me dijo Laura en cuanto nos sentamos. - ¡Léelo, tonta!

-    Vale, vale. A ver, pone: ‘Si lees esto es que has vuelto y eso me alegra bastante, porque no te has quedado encerrada en casa todo el día como hace mi hermana, genial. Bueno, solo quería decirte que si te apetece verme un rato, estaré toda la tarde en el teatro viejo del pueblo. Me haría mucha ilusión que vinieses, hay algo que quiero enseñarte. Y, ¡ah! Espero que hayas leído esto con una sonrisa, sigo pensando que es preciosa. Un beso, Adri.’

-    PERO CLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAARO, NO LE GUSTAS, QUE VAAAAAAAAAA. –Dijo Laura nada más terminar yo de leer la nota.- SON SOLO PARANOIAS MÍAS AHORA, CLAARO QUE SÍ.

-    Cállate, anda.

-    ¿Por qué?  – Se rio, una vez más. A ella esto le debía parecer muy gracioso, pero a mí no me hacía ninguna gracia. –  Bueno, ¿vas al teatro o qué?

-    ¿Vas? Nonono, tú te vienes conmigo, guapa.

-    ¡¿Qué?! Pero si te estás muriendo por volverte a quedar a solas con él, Albita. Y él de quedarse a solas contigo, yo no pinto nada ahí.

-    ¿Pero cómo voy a ir yo sola? Ese sitio da mucho miedo, lo sabes. Además, si no está, ¿qué? ¿Qué voy a hacer yo allí sola?

-    Miedica. – Dijo sonriendo.

-    Un poco – Le devolví la sonrisa. – Además, si vienes te lo presento, le ves...

-    Vaaaaaaaaaaaaaaaaale, vamos, anda.

-    Guay. – Dije con mi mejor sonrisa y abrazándola.

De camino al teatro fui describiéndole a Laura como era él. Su pelo negro, sus ojos azules, su  sonrisa… Lo alto que era y la tranquilidad que emitía. Su voz, suave a la vez que segura. Vale puede que esto dicho suene un poco cursi… y es que lo es. Pero entendedme, aunque no se pueda decir que me gustaba porque le conocía de unos pocos minutos, el chico se había ganado que hablase de él, que pensara en él. Y no porque fuera guapo, que a esos los había visto bastante y no me pasaba el día hablando de todos y cada uno de ellos, sino porque me había hecho sentir especial. Muy poca gente lo había hecho, y eso es algo que marca.